14 junio, 2009

Estuve alguna vez en el 26

Tal vez el Veintiséis parezca un número sin sentido, pero cuando se le antepone la palabra paradero comienza a tener más que sentido. Contiene vivencias, recuerdos, amores perdidos, risas, dolores y lágrimas de todos los tipos.
Llegamos por allá por el año 65 al número 277 de Guacolda, no había rejas, ni protecciones de ventanas, el patio era inmenso y estaba lleno de pasto seco y hacía harto calor. A los pocos días volvimos con nuestras cosas. Mi papá puso un taller de estructuras metálicas, y nos hizo un columpio. Tenía como cuatro o cinco años y en Guacolda aparecieron los amigos... Mario Aliaga, Angelo...Rudy y su hermana Marisol, que vivía al lado de Franco, más hacia Vicuña vivía la Icha, al lado la señorita Mery y más allá por el frente, vivía el Silva que se fue a vivir a San Felipe. Para la costa vivía la Viveka y Juan Medina. Al otro lado de Vicuña vive Manuel Barrera, mi gran amigo de toda la vida.
La escuela estaba donde hoy está el hospital de niños, en el paradero veintinueve que ahora se llama Gabriela Oriente. Había un colegio donde pasé mi primer año básico. Unos inmensos y preciosos ojos azules me recibieron el primer día de clases, era mi profesora Margarita. Muchos años después la vi de nuevo en el mismo hospital haciendo clases, con sus mismos ojos azules. También años después me daría cuenta que hacer tantos palotes tenía su objetivo, que la letra salga firme, aunque después la distorsionaría con la rebeldía propia de la adolescencia.
En el Veintiséis no había escuela, pero la señorita Mery se consiguió un cobertizo en la calle Los Copihues, cerca de donde vivía el Leonel Cox. Estaban todos los cursos juntos. Teníamos que llevar nuestra propia banca para sentarnos, yo no tenía banca así que me sentaba en el suelo nomás, ¡qué linda era la escuela en ese tiempo!. En esa escuela improvisada aprendí a ver la hora en la pizarra. Y allí se formó la Treinta y Siete.
El gobierno nos construyó una escuela a todo cachete, estaba nuevecita cuando llegamos. El señor Arratia era el director, llegaba en su citroneta, siempre muy caballero, nunca perdiendo la calma. Todos los lunes nos daba un discurso, nos retaba con mucha ceremonia. La señorita Mery era nuestra profesora, con mucha disciplina. ¡Qué profesora no?!. Ella nos enseñó a ser las personas que somos ahora, cómo te extrañamos Ernestina Mery. Cómo aprendimos esos adjetivos, adverbios, pretéritos y futuros compuestos, aprendimos poesías y metáforas, nos hizo amar la lectura. Con qué pasión enseñaban esos profesores. El señor Muñoz, la señorita de Arratia (era la esposa del director), el profe Letelier, el señor Anes y otros nombres que se me olvidan.
El tiempo puede borrar los nombres, pero las vivencias permanecerán para siempre en nuestros corazones así como las que vivimos allí en Guacolda...
Cada vez que voy donde mi amigo Pedro, me obligo a pasar por Guacolda, paso despacito por el 277, miro el número de la casa, hago un pucherito y sigo adelante con la mente en otro planeta, doblo en la calle del colegio, paso el lomo de toro, miro a la izquierda, veo la puerta del colegio...qué ganas de entrar !!.

14 abril, 2008

Abril aguas mil

Abril es el mes que más me gusta, es el mes en que empiezan a caerse las hojas, el mes en que me casé, es el mes de mi cumpleaños.

En Abril es cuando ya se ha cambiado la hora y a las seis ya se está oscureciendo, cuando iba al liceo me gustaba esta fecha porque era cuando nos íbamos a la plazuela a pololear, habían hartas hojas en el suelo y uno como que se perdía en la oscuridad y los árboles. No existía ese riesgo de que te asaltaran, eran otros vientos.

En Abril no hace frío en la tarde, y es como rico respirar el aire que todavía está limpio.

En Abril la uva está madura, es tan dulce. Es tan rica y fresca después que llueve porque queda lavada. Es como un beso, después de salir del agua.

En Abril nos casamos por el civil y por la iglesia, éramos tan jóvenes, tan enamorados, si dijera que igual que ahora a lo mejor no me creerían, pero el tiempo pasa y no pasa en vano. El amor se transforma, la pasión es distinta, se torna de otra manera, pero es el mismo amor original y seguimos siendo las mismos que decidimos por única vez en la vida seguir juntos ese camino. Ese camino nos ha mostrado felicidad, ese camino que está repleto de abriles que ya pasaron, algunos tristes, algunos felices, y otros rebosantes de alegría. Son abriles llenos de matices, pero del mismo color, igual que las hojas del otoño, son todas casi del mismo color.

En Abril vine el mundo, en Quitratúe, que donde queda?, si ubicas Temuco, este pueblo queda más al sur. Un poquito antes de la cuesta Lastarria, ahora hay un túnel, carretera de dos pistas, todo una modernidad, pero no pasa por Quitratúe. Mi pueblo se quedó en el olvido, como muchos otros pueblos que nacieron con el tren a vapor. No se por qué siempre pensé que Quitratúe se podría parecer a Macondo, cuando leí el libro de García Márquez en que describía a Macondo imaginaba mi pueblo natal y pensaba: - se debe parecer a Quitratúe. Menos mal que de ahí me sacaron a tiempo sino también estaría en el olvido, tal vez hoy sería familiar de uno de los muchos Buendía de Quitratúe.

Me gusta Abril, porque cuando nací se cumplía el dicho Abril aguas mil. Chiquitito como era, mi primer baño fue en un lavatorio. Nací a la antigua, en la casa, a las cuatro de la mañana, bajo una tormenta de los mil demonios. Estaba todo inundado, la matrona que me recibió llegó a caballo. Además al espectáculo asistían: mi papá, mi abuelita Margarita y mi hermanita mayor (que tenía tres años).

Me gusta Abril porque casi siempre la Semana Santa cae en este mes (menos este año), no sé por qué me gustan tanto las ceremonias, a lo mejor es porque se canta harto. Me gusta el aroma del incienso, ese olor a romero que como que te hace volar. La misa de las velitas, las siete lecturas, los salmos, la mística que se forma. Hace mucho tiempo que participo en el coro de la iglesia, toco guitarra. Y en la capilla de Las Vertientes el coro se sienta adelante, como mirando a los feligreses. En ese mismo coro canté para muchos matrimonios, y siempre agradecí el privilegio de poder mirar a los novios, son muy pocos los que ven esas caras durante la ceremonia. A veces ni siquiera los papás ven a sus hijos casarse, sólo se les ve la espalda.
Cuando me tocó a mi estar adelante, el padre Pepe nos dijo: - vamos a hacer una ceremonia distinta. Y nos casamos de frente al público!.

Ese día estuviste allí, y todavía estás conmigo, aquí.

12 agosto, 2007

Punta Arenas, el último rincón del mundo

Mientras se escucha en la radio una canción de esas románticas que cantaba Sandro comienzo a escribir este artículo, de una vez que estuve en un conflicto grande para el país y que por razones del destino estuve allí. Recién salido del liceo de Puente Alto por allá por el año 1977, fui uno de los pocos favorecidos por la prueba de aptitud académica, saqué como quinientos y tantos puntos y con un flamante cinco y tanto de promedio, ni parecido a los seis y tantos de mis hijos. Nunca estudié tanto como ese año 78 en la U, me pasaron los cuatro años de matemáticas, incluidos los logaritmos en dos semanas.
Bueno, para ese año había quedado seleccionado en la UTE, Universidad Técnica del Estado, en la carrera de Ingeniería Química con mención en Petroquímica y Petróleo, en la ciudad de Punta Arenas. Estaba felíz, mi papá iba a cumplir su sueño de que su hijo iba a ser Ingeniero, no sabía que el destino lo demoraría un poco.
Como entré adelantado al colegio, también salí adelantado, tenía 16 años cuando me fui al fin del mundo, acompañado por mi mami, allá cumplí los diecisiete. La señora de la pensión donde me quedé era toda sonrisas. Después las sonrisas cambiaron, pero eso es para otro artículo, le voy a llamar algo así como la vida de ser estudiante pensionista, como pasar hambre y sobrevivir o como siempre hay un par de calcetines más limpio que los otros.
Al llegar a la U, me recibieron con más sonrisas y un par de tijeras, y mi chasca que había acumulado entre diciembre y marzo cayó al suelo. Yo creo que me hicieron un favor, como los que me tijeretearon no tenían mucho estilo, después tuve que raparme, y por primera vez en la vida el pelo me creció parejo.
Al mes participaba del grupo de teatro de la U, se llamaba Tespis, creo que todavía existe. Si pues, fui actor, fui protagonista de varias obras como, El Médico a Palos de Moliere, La Niña en la Palomera de Fernando Cuadra, hicimos unos cuentos como el Gato con Botas, la primera obra de teatro que mezclaba títeres con humanos. Era una maravilla, un paraíso, la libertad total, estaba solo en el fin del mundo y me sentía más acompañado que nunca. No eché ninguna lágrima por Santiago, ni por el Cajón, ni por los cerros, ni por el amor que dejé (o me dejó).
Me puse bohemio como corresponde a un estudiante universitario, aprendí a tomar tragos, sin güergüerear en la botella. Aprendí a manejar en la nieve (sin frenar). Pasé todas mis pruebas sin echarme ningún ramo. Aprendí a tocar más la guitarra, me gustó el folklore, me gustó la poesía regional, canté cada domingo la canción nacional con la mano en el corazón y a todo pulmón, cosa que nunca había hecho en el liceo. Allá sí que se hace patria, se sienten como en otro país, un poco abandonados. Veíamos las noticias regionales, y después las de Santiago, pero del día anterior. En ese tiempo apareció un programa muy chistoso que se llamaba Jappening con Ja, nosotros lo veíamos en diferido (una semana).
Fue más o menos como en septiembre cuando empezó el tema de las tres islas, la Nueva, la Picton y la Lenox. Por esos días el ambiente en la ciudad comenzó a ponerse tenso. La gente comentaba que Punta Arenas sería la primera ciudad en ser atacada. El intendente llamó a la población al gimnasio municipal, y nos contó que había que prepararse para una guerra con Argentina, que si alguien quería irse que se fuera. Enseñaron a construir una trinchera en el patio, que había que tener las cortinas cerradas en la noche, se implantó toque de queda a las 20:00, indicaron cual era el recorrido para arrancar hacia los cerros, se pintaron los techos de los colegios y hospitales con una cruz roja.
Y empezó el clima de guerra, que la verdad no se lo doy a nadie, es una incertidumbre que no te deja dormir, no te deja reír. Recuerdo que estábamos cantando folklore cuando apareció un tango, y nos pidieron que dada la situación dejáramos de cantarlo.
Todo esto sucedió entre octubre y diciembre del 78. Un día llegaron los militares a la U, entraron a la sala y llamaron a los que tuvieran moto, orgullosos partieron mis compañeros de curso y quedaron contratados como mensajeros, si eran buenos para andar en moto por el cerro, también podían hacerlo en la tierra del fuego, o en la tierra bajo el fuego. Yo me quería inscribir para ir al regimiento de telecomunicaciones a reparar equipos electrónicos, pero me dejaron afuera por ser menor de edad (ese año recién había cumplido los 17). Y con el grupo de teatro íbamos a ir al frente a entretener a la tropa, pero de nuevo apareció el tema de la edad.
No sé que pensaban mis padres de todo esto, tiempo después mi mamá me dijo que estábamos en las manos de Dios. Y que ella no era de las que pasan toda una vida preocupados de cosas que nunca pasaron. Eso me quedó muy grabado, tiempo después lo leería en un libro que se llama “como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida” de Dale Carnegie.
Un día estábamos canturreando cuando uno de los asistentes nos contó que venía del frente y que estaban en una trinchera cuando empezaron a conversar con los del otro lado, al rato estaban jugando a la pelota y comiéndose una oveja asada. Me sorprendí cuando apareció la película ”mi mejor enemigo” donde se mostraba el mismo relato. Y me dije, yo estuve ahí.

22 enero, 2007

Otro estuve allí.

Una de las cosas que más le agradezco a la vida o al destino, es el hecho de vivir en el Cajón del Maipo. Tenía nueve años cuando en mi querido país, - sí pues, si lo quiero harto - teníamos a la unidad popular de gobierno recién elegido. Para ese dieciocho de septiembre fuimos de paseo al Cajón del Maipo, era primavera, todos andaban como felices (por lo menos eso era lo que percibía con mi mente de cabro chico), mi papá tenía una Panard (era una especie de citroneta pero más bacán) y apenas se la pudo para subir la primera cuesta, así que tuvimos que parar en Las Vertientes... y ahí nos quedamos ese día, dos meses después me llevaron a acampar a ese paraíso con una banderita chilena sobre la carpa. Sí señor, una toma de terreno. Al principio me daba vergüenza pero que remedio si fui felíz desde el primer día, ya que teníamos el cerro al lado de la casa, perdón, de la carpa.
Y así pasó el tiempo hasta que mi papá terminó por comprar el pedazo que nos habíamos tomado. Y allí me quedé, nueve años después encontré el amor ¿o me encontró ? en el pueblito vecino que se llama La Obra. Caminaba todos los días dos kilómetros de ida para verla y dos de vuelta. Algo me dijo que había que estudiar para vivir, y estudié con tormentas, con huracanes, con toque de queda, con represiones por aquí, y con libertades por allá, pero estudié.
Nunca me gustó la política, sin embargo siendo tan re chico anduve pintando paredes para las elecciones del 70, y tres años despúes las anduve borrando. Lo importante es que había como buena onda para hacer esas cosas, se pasaba bien. Todavía quedaban hippies. Vivíamos cerca de Los Jaivas. Estuve ahí cuando ensayaban. Y el Todos Juntos, y el Mira Niñita se escuchaba en todo el pueblo.

Estuve allí un día en que iba a la escuela en la micro que bajaba con trabajadores desde Queltehues y escuchaba a Allende por la radio Magallanes, me quedó tan grabado eso de que se abrirían las alamedas, y que todavía me emociona cuando lo escucho. Porque estaba allí vendiendo rifa y los aviones disparaban a las antenas de la radio Corporación. Yo no sabía que eran balas, nunca había escuchado un balazo ya que en las películas suenan diferente. Llegué a dedo a mi casa como a las tres de la tarde. Y así me fui enterando de las noticias, y qué noticias.

Lo que es el destino, sino hubiera sido por la Panard que se taimó quizás donde estaría.

05 octubre, 2006

El ambiente colaborativo

Una de las situaciones que más me ha ayudado en mi transcurrir por el mundo y por la vida en estos últimos años es el ambiente colaborativo. Puede parecer un tema abstracto pero se puede aterrizar, y es lo que trataré de hacer en este segmento.
Una de lo mayores problemas que enfrentamos día a día, y también se lo enseñamos a nuestros hijos, es la competencia. Sácate buenas notas, sé el mejor del curso, el mejor empleado, el mejor papá o mamá, el mejor esposo o esposa.
Con esto del ambiente colaborativo, se elimina esto y crece el grupo completo. Y se materializa de la siguiente forma con un ejemplo:
- Un grupo de trabajo comparte o publica para el grupo toda la información, de manera que cuando llega un solicitante externo (un cliente) da lo mismo quien lo atienda. El cliente se va contento y quien generó la información sigue trabajando en otras cosas. Y cuando vuelva otro a pedir lo mismo, no tiene que descubrir la rueda nuevamente, sino que ir a ver esa base de conocimiento.
Con esto se evita la personalización, es como descubrir algo, publicarlo y seguir descubriendo otra cosa.
Yo creo que esto no es nuevo...
Creo que también le llaman trabajo en equipo...

Se puede ver algo más por acá: http://www.hayas.edu.mx/colaborativo/ambientecolaborativo.html

29 septiembre, 2006

Estuve allí

Soy un apasionado de la música, también de la electrónica.
Me gusta tocar guitarra, y el rock de los '70. También me gustaría escribir, pero tengo muy poco tiempo. Así que como ésta es una buena oportunidad para hacerlo...

Así que le vamos a poner título al libro, se llamará...mmm. Yo estuve allí.

Primer estuve allí.

El primer estuve allí se remonta al año 69, sí pues el mítico año 69, el del número bonito, el de Woodstock, el de los hippies, de la revolución de las flores, el pelo largo y la minifalda, los Beatles, la guerra de vietnam, por acá de la reforma agraria, la música de Santana con el famoso soul sacrifice y los pitos.

En ese año dí (o me dieron) el primer beso, era una casi vecina de por allá del 26 de la Florida, estábamos en la casa de otros amigos que tenían tele, una Westinghouse de 23 pulgadas en un super blanco y negro. Íbamos a ver un programa musical donde aparecían los Monkeys.

Me acuerdo que llegaron las noticias de que había habido un recital de rock que duró tres días, que se juntaron un montón de jóvenes. Pero en ese tiempo yo andaba preocupado de otras cosas como echar carreras con un carretón de rodamientos que nos había hecho mi papá. Y por acá también tuvimos algo parecido, en Piedraroja, en Las Condes. Parece que ahí estuvieron los Jaivas. Un amigo que vivía por el sector me contaba que pasaba la gente por afuera de su casa y se quedaban en los jardines, y ellos le tenían miedo al verlos barbones y chascones, pero eran pura buena onda.

No sé que me hizo crecer tan rápido, después de andar como volando en ese año, todo comenzó a aterrizar un domingo 4 de septiembre del otro año (el 70) cuando mi papá entró muy temprano a mi dormitorio con cara muy grave (y yo que pensaba levantarme tarde) diciendo: - levántense que a partir de hoy las cosas van ser diferentes, el país ha tomado otro camino. Todavía recuerdo esa cara, no sé si de tristeza, miedo, temor al cambio que venía, qué se yo si era chico todavía.
Allende había sido elegido presidente, y las cosas sí que cambiaron...


Bueno hasta aquí el primer estuve allí, aunque no estaba ni ahí.