12 agosto, 2007

Punta Arenas, el último rincón del mundo

Mientras se escucha en la radio una canción de esas románticas que cantaba Sandro comienzo a escribir este artículo, de una vez que estuve en un conflicto grande para el país y que por razones del destino estuve allí. Recién salido del liceo de Puente Alto por allá por el año 1977, fui uno de los pocos favorecidos por la prueba de aptitud académica, saqué como quinientos y tantos puntos y con un flamante cinco y tanto de promedio, ni parecido a los seis y tantos de mis hijos. Nunca estudié tanto como ese año 78 en la U, me pasaron los cuatro años de matemáticas, incluidos los logaritmos en dos semanas.
Bueno, para ese año había quedado seleccionado en la UTE, Universidad Técnica del Estado, en la carrera de Ingeniería Química con mención en Petroquímica y Petróleo, en la ciudad de Punta Arenas. Estaba felíz, mi papá iba a cumplir su sueño de que su hijo iba a ser Ingeniero, no sabía que el destino lo demoraría un poco.
Como entré adelantado al colegio, también salí adelantado, tenía 16 años cuando me fui al fin del mundo, acompañado por mi mami, allá cumplí los diecisiete. La señora de la pensión donde me quedé era toda sonrisas. Después las sonrisas cambiaron, pero eso es para otro artículo, le voy a llamar algo así como la vida de ser estudiante pensionista, como pasar hambre y sobrevivir o como siempre hay un par de calcetines más limpio que los otros.
Al llegar a la U, me recibieron con más sonrisas y un par de tijeras, y mi chasca que había acumulado entre diciembre y marzo cayó al suelo. Yo creo que me hicieron un favor, como los que me tijeretearon no tenían mucho estilo, después tuve que raparme, y por primera vez en la vida el pelo me creció parejo.
Al mes participaba del grupo de teatro de la U, se llamaba Tespis, creo que todavía existe. Si pues, fui actor, fui protagonista de varias obras como, El Médico a Palos de Moliere, La Niña en la Palomera de Fernando Cuadra, hicimos unos cuentos como el Gato con Botas, la primera obra de teatro que mezclaba títeres con humanos. Era una maravilla, un paraíso, la libertad total, estaba solo en el fin del mundo y me sentía más acompañado que nunca. No eché ninguna lágrima por Santiago, ni por el Cajón, ni por los cerros, ni por el amor que dejé (o me dejó).
Me puse bohemio como corresponde a un estudiante universitario, aprendí a tomar tragos, sin güergüerear en la botella. Aprendí a manejar en la nieve (sin frenar). Pasé todas mis pruebas sin echarme ningún ramo. Aprendí a tocar más la guitarra, me gustó el folklore, me gustó la poesía regional, canté cada domingo la canción nacional con la mano en el corazón y a todo pulmón, cosa que nunca había hecho en el liceo. Allá sí que se hace patria, se sienten como en otro país, un poco abandonados. Veíamos las noticias regionales, y después las de Santiago, pero del día anterior. En ese tiempo apareció un programa muy chistoso que se llamaba Jappening con Ja, nosotros lo veíamos en diferido (una semana).
Fue más o menos como en septiembre cuando empezó el tema de las tres islas, la Nueva, la Picton y la Lenox. Por esos días el ambiente en la ciudad comenzó a ponerse tenso. La gente comentaba que Punta Arenas sería la primera ciudad en ser atacada. El intendente llamó a la población al gimnasio municipal, y nos contó que había que prepararse para una guerra con Argentina, que si alguien quería irse que se fuera. Enseñaron a construir una trinchera en el patio, que había que tener las cortinas cerradas en la noche, se implantó toque de queda a las 20:00, indicaron cual era el recorrido para arrancar hacia los cerros, se pintaron los techos de los colegios y hospitales con una cruz roja.
Y empezó el clima de guerra, que la verdad no se lo doy a nadie, es una incertidumbre que no te deja dormir, no te deja reír. Recuerdo que estábamos cantando folklore cuando apareció un tango, y nos pidieron que dada la situación dejáramos de cantarlo.
Todo esto sucedió entre octubre y diciembre del 78. Un día llegaron los militares a la U, entraron a la sala y llamaron a los que tuvieran moto, orgullosos partieron mis compañeros de curso y quedaron contratados como mensajeros, si eran buenos para andar en moto por el cerro, también podían hacerlo en la tierra del fuego, o en la tierra bajo el fuego. Yo me quería inscribir para ir al regimiento de telecomunicaciones a reparar equipos electrónicos, pero me dejaron afuera por ser menor de edad (ese año recién había cumplido los 17). Y con el grupo de teatro íbamos a ir al frente a entretener a la tropa, pero de nuevo apareció el tema de la edad.
No sé que pensaban mis padres de todo esto, tiempo después mi mamá me dijo que estábamos en las manos de Dios. Y que ella no era de las que pasan toda una vida preocupados de cosas que nunca pasaron. Eso me quedó muy grabado, tiempo después lo leería en un libro que se llama “como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida” de Dale Carnegie.
Un día estábamos canturreando cuando uno de los asistentes nos contó que venía del frente y que estaban en una trinchera cuando empezaron a conversar con los del otro lado, al rato estaban jugando a la pelota y comiéndose una oveja asada. Me sorprendí cuando apareció la película ”mi mejor enemigo” donde se mostraba el mismo relato. Y me dije, yo estuve ahí.

22 enero, 2007

Otro estuve allí.

Una de las cosas que más le agradezco a la vida o al destino, es el hecho de vivir en el Cajón del Maipo. Tenía nueve años cuando en mi querido país, - sí pues, si lo quiero harto - teníamos a la unidad popular de gobierno recién elegido. Para ese dieciocho de septiembre fuimos de paseo al Cajón del Maipo, era primavera, todos andaban como felices (por lo menos eso era lo que percibía con mi mente de cabro chico), mi papá tenía una Panard (era una especie de citroneta pero más bacán) y apenas se la pudo para subir la primera cuesta, así que tuvimos que parar en Las Vertientes... y ahí nos quedamos ese día, dos meses después me llevaron a acampar a ese paraíso con una banderita chilena sobre la carpa. Sí señor, una toma de terreno. Al principio me daba vergüenza pero que remedio si fui felíz desde el primer día, ya que teníamos el cerro al lado de la casa, perdón, de la carpa.
Y así pasó el tiempo hasta que mi papá terminó por comprar el pedazo que nos habíamos tomado. Y allí me quedé, nueve años después encontré el amor ¿o me encontró ? en el pueblito vecino que se llama La Obra. Caminaba todos los días dos kilómetros de ida para verla y dos de vuelta. Algo me dijo que había que estudiar para vivir, y estudié con tormentas, con huracanes, con toque de queda, con represiones por aquí, y con libertades por allá, pero estudié.
Nunca me gustó la política, sin embargo siendo tan re chico anduve pintando paredes para las elecciones del 70, y tres años despúes las anduve borrando. Lo importante es que había como buena onda para hacer esas cosas, se pasaba bien. Todavía quedaban hippies. Vivíamos cerca de Los Jaivas. Estuve ahí cuando ensayaban. Y el Todos Juntos, y el Mira Niñita se escuchaba en todo el pueblo.

Estuve allí un día en que iba a la escuela en la micro que bajaba con trabajadores desde Queltehues y escuchaba a Allende por la radio Magallanes, me quedó tan grabado eso de que se abrirían las alamedas, y que todavía me emociona cuando lo escucho. Porque estaba allí vendiendo rifa y los aviones disparaban a las antenas de la radio Corporación. Yo no sabía que eran balas, nunca había escuchado un balazo ya que en las películas suenan diferente. Llegué a dedo a mi casa como a las tres de la tarde. Y así me fui enterando de las noticias, y qué noticias.

Lo que es el destino, sino hubiera sido por la Panard que se taimó quizás donde estaría.